Hay que tener en cuenta que para un buen soliloquio necesitamos de un ingrediente esencial, en una mezcla justa para luego salir de él, pues entendemos como premisa que no queremos permanecer en el soliloquio. Primero tenemos que generar una situación en nuestra existencia en donde la compañía no existe, por tanto, estaremos en condiciones de generar nuestro esperado soliloquio, pues tendremos el ya mencionado ingrediente esencial: la soledad.
Pues en este contexto, donde no existe nadie a nuestro alrededor (o más bien eso tenemos que creer), donde al “Yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset le falta, de manera física, esas circunstancias, lograremos una conversación con nosotros, un diálogo entre el Yo y Yo. Las circunstancias existen, pero en nuestra mente, pues son esas circunstancias el tema a tratar en nuestro soliloquio.
Así entonces, partamos por elegir un tema, cualquiera que nos cueste afrontar, que nos llame la atención, que complique de alguna u otra manera nuestro caminar; cualquiera, da lo mismo, sólo tiene que ser un tema. Una vez éste elegido, tenemos que desarrollar las interrogantes necesarias para el diálogo de nuestro soliloquio; desde el Yo le preguntamos al Yo, y así sucesivamente. Así la discusión viaja en un recorrido constante y recíproco desde el Yo hasta
Para aprovechar este proceso, un tanto autista, hay que ser crítico. Tenemos que criticar constantemente las respuestas que manda el Yo hacia el Yo. Hay que criticar los paradigmas que del soliloquio se generan; tenemos que criticar tanto las preguntas que elaboramos-recibimos, como también las respuestas que elaboramos-recibimos. Sólo así estaremos seguros de hacer lo correcto después de escapar de la solitaria conversación, y tratar de llevar a la práctica nuestras conclusiones de la temática tratada. Seré majadero, pues me interesa un buen resultado del soliloquio: critique constantemente sus paradigmas, los cuales muchos son resultado de estas meditaciones… como este triste soliloquio.
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