Cuando salga del metro Baquedano mire hacia la cordillera y un poco hacia el norte, y verá un parque. Cuando salgas de Salvador mire hacia la costa y también verá un parque; el mismo. Pues entre Baquedano y Salvador existe un parque. No muy grande, pero sí largo y angosto. Comienza de costa a cordillera, por el inicio de Vicuña Mackena o quizás en el final de ésta, depende de su perspectiva. Por el sur al parque lo acompaña la naciente avenida Providencia que antes de ser ésta es avenida Bernardo O’higgins, o más popularmente: la “Alamea”. Por el norte, la compañía está a cargo de la avenida Andrés Bello, y justo al lado de ésta corre el río Mapocho. Por el otro extremo, opuesto al de la costa, o sea en el extremo oriente, está la calle Puente del Arzobispo que hacia el sur es Eliodoro Yáñez y en el norte es efectivamente un puente, con el mismo nombre claro está.


Ya está una relativa ubicación geográfica, informal por cierto, como me gusta. Establezcamos algunas convenciones. Su inicio por ejemplo; éste será por el extremo de Vicuña Mackena, al frente de un Telepizza. El final, por ende, será hacia la cordillera, en la calle del Puente del Arzobispo.


Dado su inicio, veamos. Éste, el parque, comienza muy angosto, con pasto solamente, que poco a poco al avanzar hacia el este se va ensanchando. Ya cuando tiene un ancho algo considerable, nace una especie de plataforma, a la cual se llega subiendo unas escaleras no con muchas escalas. En dicha plataforma hay un obelisco, no tan grande como el de Buenos Aires que conozco por fotos solamente, pero me imagino que es más grande: es argentino. Al frente del obelisco hay una estatua, la de don José Manuel Balmaceda, presidente de Chile entre los años 1886 y 1891. Llegó al poder en los términos establecidos en aquel entonces, democráticamente se podría decir; no obstante, se retiró del mismo en el contexto de una terrible guerra Civil, en la cual murieron muchos chilenos, más que en la Guerra del Pacífico. Más allá de la figura histórica que representa la estatua y el obelisco, la importancia para nosotros y del parque mismo está definida en cuanto es don José Manuel Balmaceda, o más bien los que en él encontraron inspiración, quienes le dan el nombre al parque. En efecto, aquel pequeño pulmón capitalino llama “Parque Balmaceda”.


No muchos le llama así, más bien casi nadie. A mí por ejemplo, siempre se me confundía con el parque Bustamante. Pues claro, aquel sector era más bien: “vamos pa’ Salvador”, o: “al frente de la Telefónica”.


Volviendo, detrás del presidente que se suicidó un 19 de septiembre de 1891, en la embajada de EE.UU., hay una especie de pileta que en ambos lados continúa el camino para recorrer el parque; dos caminos llenos de banquitas. Ahora que recuerdo bien, me parece nunca haber visto esa pileta con agua. Es larga y angosta, como el parque mismo. A continuación de la seca fuente sigue un área con pasto y siempre con árboles alrededor. Ese sector es algo así, para mis recuerdos y emociones, como un “Monumental, el Monumental del 4to A 2006”. Era ahí donde siempre íbamos a jugar a la pelota después de clases. Se terminaba una jornada de estudio en el JVL y marchábamos hacia ese sector. No era un terreno apto para un buen juego, ¡pero que más da! La idea era pasarla bien corriendo detrás de un balón; y ese propósito siempre se lograba. En la cancha hay un par de árboles (sin contar los que están al costado de ambos caminos para recorrer el parque), pero uno lo ocupábamos como arco, y alguna vez en él colocamos una Bomba 4.


Siguiendo hacia el fin del parque, sigue otra zona que un par de veces también ocupamos de cancha de fútbol. Normalmente, si se recorre en una tardecita con Sol, se puede ver a varias parejas demostrándose ese sentimiento recíproco que es tan rico vivir; ya sea tirados en el pasto o sentados en las tantas bancas que en aquel parque hay. Por ese mis sector, en el costado derecho siguiendo el sentido de nuestro viaje virtual, hay un museo, o una sala de exposición… la verdad no sé bien lo que es. Es rojo, y se encuentra construido en un hoyo. Afuera de éste hay un trozo de un tajamar del Mapocho, colocado, creo yo, hace poco.


Continuando el camino, aparece otra pileta, muy parecida a la primera que está detrás del presidente Balmaceda. Ésta sí la he visto con agua… hasta una pelota de fútbol se nos ha bañado en ella. Luego viene un estacionamiento de autos, que en su costado izquierdo nace un puente para cruzar el Mapocho; un puente delgado y en curva. Después de este pequeño estacionamiento sigue el pasto y los árboles, que de repente entre ellos aparece un café, no de uno con piernas, sino uno con libros: un café literario. Apto para una rica conversación en un frío día de otoño consumiendo un café caliente. En él se puede obviamente tomar café y leer, pero también conversar de la vida y del cómo revolucionar al mundo. Y así el parque continúa con su esencia: pasto y árboles. Los caminos para recorrerlos van tomando curvas. De pronto, veremos un bloque de ladrillos antiguos, que son nada menos que un pedazo de los antiguos tajamares del Mapocho. Cerca de éste hay un árbol, en el cual hay una serie de rayados hechos con corrector; yo y un par de amigos pusimos en él un aviso de utilidad pública, sacando a colación al infaltable Pradenas. Es ahí donde una niña le hizo un corte a mi eterna corbata del Lastarria; ese típico corte donde se dejan la punta delgada de las corbatas, de recuerdo. Un lindo momento. Detrás de aquel árbol está el metro Salvador; y se termina el pasto, y con ello se acaba el parque.



Pues así es: entre Baquedano y Salvador hay un parque, el parque Balmaceda, mi parque de los mil recuerdos. Y ayer lo caminé, y ayer recordé: miles de tallas, decenas de pichangas, varias caminatas, muchas conversaciones, un par de peleas (pero siempre como observador), bebidas tomadas, chuchadas echadas, goles convertidos, risas varias, complicidades por montón y sólo una chica besada. Un lindo lugar para recordar por siempre.

La Pequeña Mujer.

Las tres llaves dormían en su bolsillo, donde una Pequeña Mujer las resguardaba. Son llaves que abren tres puertas que llevan a la paz; llaves que consigo, cada una, lleva un plateado león. La Pequeña Mujer, con su anillo y su cadena logra que las tres llaves se mantengan unidas, que no se separen y se despidan; que no digan adiós es su misión. Es una Pequeña Mujer con un vestido azul que llega hasta el suelo, pero nunca se ensucia, y un libro debajo de su abrazo izquierdo siempre lleva. No tiene rostro: no tiene boca ni nariz, ni cejas ni arrugas, y lo peor de todo, ¡tampoco tiene ojos! ¿Cómo conocer sus sentimientos, si no tiene esas fuentes de verdad?

“Amo apasionadamente al Mediterráneo, tal vez porque, como tantos otros, y después de tantos otros, he llegado a él desde las tierras del norte”(1). Con aquella declaración comienza el trabajo histórico que, para muchos, es el más importante de la historiografía del siglo XX: “El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II”. Pues aquí no estamos presente ante un simple manifiesto del cual podamos pasar por alto si se tiene la intención de interpretar, entender y comprender el trabajo de Fernand Braudel. Ante todo, estamos al frente de un manifiesto de gusto, esencialmente subjetivo. Emanuele Amodio habla de aquello como un “ícono extrahistórico, emocional, que nortea su trabajo”. También observamos de la mano de Manuel Lucena Giraldo, el cómo desde su lugar de nacimiento, una aldea entre Champagne y Barrois, “devino la reivindicación de su carácter de historiador rural”. Los dos historiadores dejan ver un elemento que nos servirá para poder comprender cómo el “tiempo corto” de Braudel influye en su visión de la historia, y este elemento es el contexto emocional, influenciado por su circunstancia histórica, tales como el lugar de nacimiento y su amor por el Mediterráneo.

Es en este sentido, en el de la más completa subjetividad, que queremos llegar al cómo esas circunstancias históricas de los “acontecimientos” en la vida de Braudel influyeron en la filosofía de éste para con los tiempos históricos. Tales “tiempos cortos” o “acontecimientos” los enumera el mismo Giraldo, y contextualizándolos con el momento en el cual fue concebida la magna obra de Braudel ya citada, podemos denotar una notable influencia en ésta de los surgimientos de los fascismos italiano y alemán y la Segunda Guerra Mundial. Es esta última una coyuntura que gatillará la búsqueda de Braudel para poder minimizar los acontecimientos coyunturales. Esta línea argumentativa la explica Enrique Moradiellos.

La desastrosa maquinaria asesina de la Segunda Guerra Mundial fue vista por sus contemporáneos como un hecho de suma importancia, y quizás no era para menos, al tener a la vista el horror que ésta estaba causando. Más en Francia, pues el Tercer Reich, al parecer, estaba aplastando un régimen francés de larga vida; lo mismo pretendía hacer con toda una tradición política europea. ¿Cómo estas coyunturas, tiempos de corta duración, que a la vista de los que la vivieron poseían una considerable importancia, sirvió para que Braudel fijara su atención en los elementos de larga duración, en las estructuras que permanecen con el tiempo? Es la paradoja braudeliana.

March Bloch, fundador y figura eminente de la escuela de los Annales, llamó la atención a sus contemporáneos colegas en el descuido del análisis al surgimiento de los fascismos, que en gran parte, sobretodo el alemán al mando de Hitler, empujaría a Europa a la Segunda Guerra Mundial. Era ésta una visión, como se vio anteriormente, opuesta a lo que Braudel percibía de la guerra y del devenir histórico. Así, el discípulo de Lucien Febvre pondrá toda su atención en la larga duración, que desde su perspectiva son los elementos posibles de estudiar, para explicar de cierta forma que los elementos de larga duración, la estructura de Francia, hará que ésta no caiga ante el acontecimiento de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido devaluará el análisis histórico limitado en los acontecimientos, por considerarlos la “espuma de la ola de la Historia”; sucesos de corta duración que al largo plazo demuestran carecer de relevancia, pues son las estructuras, esos elementos que Braudel percibe como los de larga duración, los que permanecen.
_____________________________
1: Braudel, Fernand. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Fondo de Cultura Económica, 2ª Edición en español, tomo I. México, D.F., 1992. p. 12. (orig. 1949).


¡Bienvenido al Circo del Amor! Todo es un show; hacer reír y llorar es la intención. ¿Quieres participar de este magno espectáculo, el más importante de tu vida? Muy bien, adelante. Primero que todo, tienes que elegir que persona del circo quieres ser: están los malabaristas, domadores de las más temibles bestias de la sabana africana, hombres que por los aires vuelan y los infaltables de todo circo, los payasos. Como dato, te recomiendo a los últimos; ¿por qué? Se te hará más fácil el mantener la relación.


¡Vamos, elige al payaso! ¿O aún crees en ese romanticismo del amor, donde con el solo hecho de querer lo puedes lograr todo? ¡No seas ridículo! ¡Recuerda que estamos en la modernidad! ¡Ven, acércate y en payaso conviértete! ¡Ven, maquíllate y falsea tu identidad para que a los ojos y paradigmas de ella seas agradable! Considera que las diferencias muchas veces no se pueden llevar desde una postura sin comprensión, por lo cual inevitablemente, si ésta no se tiene, generará roces, poniendo en riesgo la estabilidad de lo que quieres construir ¿acaso eso quieres?


Un poco de pintura blanca en la cara, algo de rojo alrededor de los labios, una gran nariz roja, algo de negro en los ojos y por último, esta notable peluca de mil colores. Mírate al espejo ¡si ya no eres tú! ¿Por qué no sonríes? ¿No te das cuenta que con esta apariencia le agradarás? Tienes la posibilidad de una linda relación en tus manos ¿tanto te importa la consecuencia y la coherencia? ¡No seas imbécil, eso es anticuado! ¡Hoy se nos exige ante todo cinismo!


Lo sé, sé que tú eres capaz de comprender posturas divergentes a la tuya, pero tú eres de otra época; te tienes que adaptar a la modernidad. ¡No dudes más, apúrate que el show comenzará! ¡Estúpido! ¡Qué hiciste! ¿Por qué te lavaste la cara? No pierdas más el tiempo y anda a maquillarte de nuevo, te ves muy sincero para el amor. ¡El tiempo pasa! ¿Así que no quieres? Eres un tarado, mira a tu alrededor, todas esas personas son falsas; mira su maquillaje, todos han decidido ser payasos en este Circo del Amor, donde para amar y ser amado tienes que cambiar, adaptarte hasta eliminar con la pintura en tu rostro las diferencias que se tienen.


Perdiste tu tiempo, septiembre se fue y con él se van los circos, y recuerda ante todo, que el amor estereotipado es un circo donde no se aceptan personas tal como son, sino personas adaptadas en función del otro.

Entradas más recientes Entradas antiguas Inicio

Blogger Template by Blogcrowds.