Todo el reino Blanco estaba reunido en la Catedral Blanca para discutir la situación que a todos agobiaba: el secuestro de la Blanca Reina. Hace ya varios días que no está en su lugar, al lado del Blanco Rey; éste preguntó angustiado que había pasado con su amada, pero la verdad es que nadie sabe cómo sucedió, pues simplemente en la mañana de antes de ayer la Blanca Reina ya no estaba. En la Catedral Blanca estaban todos convencidos que tal deshonra fue causada por el reino Negro, su eterno rival, con los que han mantenido un estado de guerra eterna.
Nadie vio que algún habitante negro del reino Negro haya secuestrado a la reina, pero se trataba de su máximo enemigo, era lógico por donde se le mire, ellos fueron. El Blanco Rey ordenó una nueva invasión, y dos propósitos tenía en mente: recuperar a su amada y destruir para siempre al reino Negro. Todo estaba listo, sólo había que partir; en eso llega un extraño, uno que no era habitante del reino Blanco ni del reino Negro, pues su ropaje muchos colores tenía. El extraño gritando le habló al Blanco Rey: “¡Su majestad, usted y todos sus súbditos se equivocan, no es su eterno enemigo el que se ha llevado a la Blanca Reina, sino un hombre con desconocidos para todos ustedes! Yo lo vi, tenía dreadlocks, pintados con color rojo. Lo notable es, su majestad, que su amada no estaba encerrada en una celda de oro o de fierros oxidados, sino la hermosa mujer se encuentra atrapada en su oreja, en la carne de aquel desconocido”.