Cada uno de nosotros, al tropel de nuestra propia experiencia, va creando su propia pauta de concebir la vida, su propia filosofía. ¿Propia? Eso dependerá de cómo lo hacemos, en el sentido de que se nos imponga una manera específica de ver la vida, o si cada uno de nosotros va construyendo la suya, con la abierta posibilidad de ir encontrando consonancias con “pensamientos mayores”, es decir, con esos pensamientos propios de una filosofía académica, la de los pensadores consagrados. Aún así, la construcción propia de una forma específica de ver el mundo (como a mi parecer debiese ser) o la imposición de una filosofía acumulativa (como lo suelen hacer muchos de nuestros padres, que dioses se creen), requiere de una serie de patrones que definen esa filosofía en particular, pues todas éstas contienen premisas. La filosofía está en cada uno de nosotros, de manera que podemos ser conciente de aquello descubriendo el cómo pensamos y encontrando esas consonancias con expresiones filosóficas acontecidas en el círculo académico-intelectual propio de la filosofía. Como también, podemos tener una filosofía, una forma de ver el mundo pero con patrones de los cuales no estamos concientes, o más bien, nunca hemos llevado una teorización personal acerca de esas pautas filosóficas que cada uno posee. Lo anterior puede llevarnos de manera más fácil a la incoherencia, pues como no transformamos esa forma de ver el mundo en un patrón único-coherente, podemos actuar de las más diversas formas en diferentes momentos y situaciones que nos pone nuestra libre existencia. En cierto sentido, teorizar sobre nuestra filosofía nos permite generar un patrón único de ver el mundo, que nos invita a la coherencia; no obstante, ésta no está asegurada.
El cristianismo en su esencia, esto es, las enseñanzas que nos han llegado de Cristo, es el respeto, comprensión y amor hacia los demás. En ese sentido, y tomando en cuenta ese otro cristianismo creado por los hombres, muchos de sus aspectos son incoherentes con lo pregonado por su Mesías, partiendo por la propia jerarquización de sus iglesias y una serie de prácticas doctrinales destinadas a la exclusión de diferentes opciones de vida.
Muchas veces la doctrina cristiana se pasa de generación en generación como un conocimiento acumulativo, y así mismo ésta se ha ido creando en el tiempo: la jerarquía familiar juega un papel importante, pues la más alta cúpula de aquélla (puede ser los padres o los abuelos, depende como esté constituida cada familia) prepara el camino para que el hijo se sumerja en la concepción cristiana de la vida. Cuando digo que el propio cristianismo ayuda en esto, me refiero por ejemplo a sacramentos (dentro del cristianismo católico) como el bautismo, la confesión y la eucaristía. Seamos críticos y preguntémonos: ¿no es a caso la voluntad de los padres o jerarcas familiares de turno interesados en que el niño sea bañado en dicha filosofía, la que se impone? Pues claro, si le preguntamos a un niño que está viviendo aquel proceso nos puede responder fácilmente que sí, que quiere vivir ese proceso. Pero detrás, están los designios de los padres, sobretodo con el bautismo. Son los dictadores familiares los que buscan hacer de esa nueva existencia una persona cristiana-católica. Pues todo lo anterior, es normal en cualquier familia con cualquier expresión religiosa. Dicho de otro modo, cada religión que tenga ese proceso de introducción a la misma, en el cual hay que librar una serie de etapas, es parte de un conocimiento acumulativo, en cuanto desde la más temprana edad se requiere de la voluntad de los padres para que el niño sea introducido a dicha religión. El bautismo, en esencia es para el niño, pero los argumentos de su validez como tal, están dirigidos a los padres, pues bien saben las cúpulas religiosas que son ellos los que decidirán si bautizar o no al infante. Es, ante todo, una de las principales premisas de las concepciones de una filosofía religiosa sustentada en una institución que busca fieles. La persona crecerá sabiéndose parte de una religiosidad, aceptando sus dogmas y paradigmas religiosos; aceptación que muchas veces está ausente de un proceso crítico en cuanto a la coherencia de la piedra angular con la cual se funda dicha religión, pues de partida, el cristianismo nunca debió jerarquizarse, y el sólo hecho de ser parte de las decisiones que emanan de dicha cúpula religiosa, como lo puede ser el papa o los jerarcas de las demás expresiones de cristianismo, es un tipo de incoherencia. Dicho de otro modo, es sumamente difícil lograr una coherencia en estas formas de conocimientos acumulativos, pues desde la más temprana edad se va aceptando las ideas entregadas por los semidioses que representan nuestros padres en su afán de crear copias en cuanto a sus pensamientos.
Puede parecer que esa jerarquía familiar nos determina. Esa idea la rechazo de entrada, y me refugio en la premisa orteguiana: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Pues bien, es la propia premisa orteguiana la que se encarga de desechar esa idea de que son las circunstancias las que nos determinan. Ortega y Gasset al respecto nos dice que las circunstancias son esos aspectos que nos aparecen en nuestras vidas ante los cuales tenemos que decidirnos. La relación “yo y mis circunstancia” se basa no en términos de determinismo, sino en términos de mutua influencia. Si ejemplifiqué el conocimiento acumulativo con las características propias del cristianismo en cuanto a su introducción a él, fue por el simple hecho de que aquel proceso fue parte de mi existencia, y en ningún caso con la intención de ser hostil con el cristianismo. Aclaro aquello para apoyarme en la idea que dicha forma de conocimiento acumulativo, o más bien las intenciones concentradas en las viejas generaciones cercanas a nosotros (nuestros padres, abuelos, etc.) para que seamos parte de sus paradigmas, no nos determina. Podemos tomar la influencia filosófica de nuestro entorno como parte de nuestra circunstancia. En mi experiencia, dicha circunstancia familiar no me determinó. Determinismo es un concepto que ante todo nos lleva a lugares absolutos, con ausencias de excepciones. Todo está dicho, todo está escrito. Si un conocimiento acumulativo es determinista, no hay forma de escapar de él. Es así como la premisa orteguiana nos ayuda a entender este aspecto, pues conocimiento acumulativo, en cuanto circunstancia, no nos determina, y claro ejemplo de ello puede ser uno mismo, en este caso, yo. Mi familia eligió para mí una espiritualidad determinada. En cierto sentido, aspiraron a determinar un ámbito de mi existencia. Muy probable es que no lo hayan hecho con la intención de determinar mi existencia, es decir, con la intención conciente de hacerlo. Sólo se hace con la mentalidad de concebir dicha espiritualidad como verdadera, como el buen camino. En este caso, la intención es positiva. No obstante, se debe reconocer en esa misma mentalidad ese afán por hacer heredar la propia espiritualidad, ese egocentrismo de ver reflejada en la descendencia lo que uno ha sido: construirnos a su imagen y semejanza. No determina, pues pude desviar ese camino que para mí mis circunstancias familiares habían creado. En ese aspecto, la premisa orteguiana toma sentido.
Como vemos hay opciones para con los conocimientos acumulativos. Podemos aceptarlos como también podemos desecharlos. Acá entra en juego la espontaneidad de las generaciones. Esta idea se encuentra también en Ortega y Gasset, pero el pensador español lo trabaja, desde mi entendimiento, a un nivel más macro, dado que habla sobre “pensamiento de una época” y las actitudes que una generación de otra época puede tomar ante aquélla. Creo que la idea igualmente nos sirve, en cuanto se disminuye la escala de análisis. No es una generación completa de una época determinada, sino la experiencia que cada uno puede vivir con los paradigmas que se nos son entregados. Pues bien, Ortega nos dice que son dos las actitudes que una época, una generación, puede tomar ante las ideas de una época pasada: verse a sí misma (época actual) como el desarrollo de ideas originadas anteriormente; la otra opción, es cuando la generación de la época actual ve esa necesidad de reformar el paradigma reinante.
En el conocimiento acumulativo, la crítica es difícil, pues estamos ante un paradigma que se ha presentado como verídico toda nuestra vida ¿por qué habría que cuestionarlo? Puede que la convivencia y el conocimiento de otras formas de pensar nos lleven a la crítica. Crítica que no del todo nos llevaría al rechazo de ese paradigma inculcado, sino también a reforzarlo. Es así como cada uno de nosotros posee esas dos opciones ante el conocimiento acumulativo: aceptarlo o buscar la espontaneidad de nuestra propia concepción filosófica o búsqueda de la misma. No estamos determinados a los paradigmas que se nos entregan desde nuestro nacimiento, sino más bien tenemos la posibilidad de la espontaneidad de elegir nuestros patrones de pensamiento gracias a la crítica que puede surgir. La existencia es dinámica.
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