Significados para con este acto hay muchos, y dependerá del paradigma amoroso, por así decirlo, que cada uno posea. Lo anterior, hay que tenerlo claro, pues creo que el acto del beso se influencia en su cómo, en su forma, por el propio significado que le damos a éste. Si usted cree ciegamente en los besos sin contenido, vacíos de sentimiento amoroso, de esos netamente del y para el rato, para la diversión, este no es su instructivo; acá no encontrará nada que le interese. Pues bien, entenderemos el besar como una pequeña y a la vez gran explosión de sentimiento concentrado.
Antes que todo, asegúrese de tener a su lado, o al frente (los besos con la persona al lado generan, por efecto de la propia posición en la que se está, una agradable sensación que va desde el centro del vientre hasta el inicio y gran parte del cuello), a una persona con la que previamente se haya dado un momento de tierna complicidad. Sólo de ese modo el beso llega a funcionar como esa explosión de la que se habló. Es necesaria una historia previa, por muy pequeña que lo sea; esa tierna complicidad que de cierto modo nos dice que ya hay algo, hay con qué significar el beso; hay en definitiva, esa química que vuelve tan sabroso juntar los labios con el cómplice. Cómo generar dicha complicidad es el ingenio de cada uno. No es nuestro tema, por ahora.
Ya con nuestro cómplice a nuestro lado o al frente, como le acomode a usted, es necesario que se crea cierta cercanía física. Ésta es esencial para que el acto del beso funcione, pues éste es cercanía; es contacto, es conocimiento físico. Si se está muy lejos, en ausencia de cercanía, el intento de besar podría resultar un tanto engorroso. Se requiere que ambos cuerpos estén en contacto; es la cercanía mínima. Así es más fácil crear nuevamente esa complicidad necesaria. Esa cercanía es una especie de manifiesto de intención. El contacto dice mucho, manifiesta eso que los dos saben que pasará. Una vez en esa situación, puede empezar a jugar con las miradas. Clavar sus ojos en los de su cómplice y retirarlos al instante. Jugar con los tiempos de esa inmovilidad visual; no obstante, inmovilidad llena de vida, que al igual como la cercanía física, manifiesta intención. Nerviosismo. Eso sale de la mirada de los cómplices. Eso tiene que tratar de demostrar. Un nerviosismo que también dice mucho. Es un lenguaje algo así como en clave. Cercanía y miradas nerviosas. Juego de contacto con las manos. También es muy agradable. Tenemos un lindo instante previo armado, pues faltan pasos importantes. Busque una cercanía más decidora, que ya no sea un manifiesto de intencionalidad indirecta, sino que demuestre claramente lo que busca: los labios de su cómplice. Puede empezar por contactar la parte lateral de su cara con la de su cómplice, como si quisiese buscar descanso en él. Ya sabemos que todo está dicho. Movimientos lentos que buscan poner las caras de frente. Los labios cada vez más cerca, se buscan. Se topan esas partes suaves que son las mejillas. Lentamente se siguen acercando los labios. El nerviosismo aumenta. Cada vez que se acercan, ir retirando lentamente su piel con la piel de su cómplice, sin dejar que desaparezca esa cercanía. Tratar que ambas narices hagan contacto. Todo esto, para dar una última mirada a su cómplice. Ver sus ojos. Congelar ambos ojos en los del otro, no con frío, sino con calor. Verse en los ojos de su cómplice, recordando que tal momento es de ustedes dos, de nadie más. Un par de segundos donde el nerviosismo sigue aumentando. Puede que salga una mutua sonrisa nerviosa; déjela salir.
Ahora busque el roce de los labios. Recorra con sus labios, suavemente, los labios de su cómplice. Entre tanto, las manos buscarán un lugar en el cual refugiarse. Sus manos, con las de su cómplice, se harán prisioneros atrapándose al mismo tiempo. O bien, puede acariciar el cuello de su cómplice. Las manos, en definitiva, buscarán el lugar donde la hermosa complicidad las lleve. Y los labios continúan conociéndose. Y las bocas buscan abrirse, con gran lentitud. Y sus labios siguen en su conocimiento mutuo, recorriéndose, tocándose entre ambos. Cada vez el roce con el labio de su cómplice se vuelve más intenso. Tus labios se tienen que separar cada vez más, abrirse, y entre poner en ese espacio una parte de los labios de su cómplice. Y los labios se hacen suyos, se aprietan, mientras tus dedos con los dedos del cómplice se acarician y se juntan. La lengua prisionera buscará su libertad en el momento que tus labios se abren, y su libertad la encuentra en la prisión de la lengua de tu cómplice. Y saldrá y la buscará; tratará de recorrer el espacio que ya no existe entre ambas bocas, pues los labios están juntos. Y se encontrará con la lengua del cómplice que al igual que la tuya busca la libertad. Y se tocarán, y al igual como tus manos y las de tu cómplice, y al igual como tus labios y los de tu cómplice, ambas lenguas vivirán su propia complicidad, tendrán su propia seducción, tendrán su propia historia, su propio momento de hermosa reciprocidad.
Con lo anterior quizás logre un beso. No obstante, el momento no se ha completado, pues el beso es expresión de amor, y éste es un “eterno insatisfecho”. La historia seguirá, y tú y tu cómplice bien lo saben.
1 Comment:
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logra atraparte en lo que describe,
y no te das cuenta cuando imaginas
cada paso. Muy bonito... en serio.