“¡Gran Astro! ¿Qué sería de tu felicidad si te faltase aquellos a quienes iluminas?”
Nuestra felicidad depende, en muchos aspectos, de nuestras positivas relaciones con nuestras circunstancias. Se trata de una felicidad recíproca, en tanto mi felicidad recibe influencia, existe y se desarrolla en base de lo que puedo lograr en los otros, en base a la felicidad que a ellos soy capaz de despertar, de entregar. Si a éstos les puedo dar un grado de felicidad, yo también seré feliz. Así como el astro al que Zaratustra le habla, donde Nietzsche denota que su felicidad (la del astro) es creación de su actuar sobre sus circunstancias, sobre la humanidad (en este caso, así se reconoce Zaratustra); en ausencia de esta humanidad, a la que el Gran Astro favorece con su luz, el solitario hastiado de su sabiduría se cuestiona la existencia de la felicidad en el que ilumina: “sin mi, sin mi águila y mi serpiente, te habrías cansado de tu luz y de este camino”.
Pues es así como nuestra existencia es inseparable de nuestras circunstancias. Estamos constantemente influenciados por ellas; como por ejemplo, en nuestra felicidad. Claro está, es sólo un ejemplo del origen de ésta. Es con esta premisa con la cual guiamos muchas de nuestras decisiones, casi determinándolas en la felicidad del otro. Ejemplos, estoy seguro, hay varios en su cotidiano vivir. No siempre somos seres egoístas…
¿Qué es la pareja? Sin lugar a dudas, es también una construcción humana, o más bien un intento de construcción humana. La pareja es una perfecta reciprocidad. ¿Perfecta? La consideramos perfecta mientras dura lo que la sustenta, su sentimiento base, el amor. Es éste el que le entrega su particularidad, en tanto es una construcción humana que requiere la creación de un lazo; pues entendemos la diferencia existente entre el amor en un “lazo amoroso” (el de la pareja), con el de un “lazo de amistad” (el “amor” hacia un amigo). Son diferentes intensidades, diferentes intenciones, es un posicionamiento psicológico distinto.
La pareja es una construcción humana paradójica, dado que en ella se da la dualidad libertad-prisión; en ella, en la pareja, materializamos nuestra máxima característica de ser libres, pues a la persona que elegimos, la elegimos con soberana libertad. Aquella elección es una fiel muestra de que somos soberanos en nuestra existencia. Se elige a una persona para compartir un pedazo de nuestra vida, que de cierta forma para algunos, los que tenemos una forma más romántica y apasionada de concebir el amor, intentamos que no sólo sea un trozo de nuestras vidas, sino más bien la vida entera. Bien, sabemos que puede ser un momento, pero nos negamos a esa posibilidad… allá nosotros.
Influenciado por Ortega y Gasset "Yo soy yo y mis circunstancias", pienso que elegimos al ingrediente de nuestras circunstancias que hará nuestra existencia más sabrosa. Se trata de fundir dicha circunstancia, la más sabrosa, con nuestro yo. No se puede, siempre será circunstancia al fin y al cabo, pero aún así se intenta. Es una circunstancia tan importante como el yo –como puede haber otras, pero insisto, ésta es la más sabrosa y la que tratamos de fundir con el yo, antes de crear al Yo–. No es cualquier circunstancia, y lo denota ese intento de hacerla parte del yo. Pues la tratamos de distinguir del resto, le damos un rol protagónico en nuestra existencia. Es en ese sentido en el que podemos hablar de prisión, pues es tan importante que gravitamos en su entorno, se vuelve una circunstancia determinante, pero porque nosotros, paradójicamente, con libertad así lo deseamos.
Se trata de una perfecta reciprocidad, por tanto es una gravitación mutua; ambos componentes de la pareja se buscan y se encuentran. No se trata pues de ser uno centro de gravitación y el otro órbita, que responde a esa gravitación girando en su entorno, se trata de una mutua gravitación. Es un constante ir y venir hacia el ser amado.
Es lo que diferencia al amor con el deseo. Una pareja no se sustenta con deseo si no hay amor. Hay que tener muy en claro la diferencia, la cual Ortega y Gasset la ensaya muy bien en su libro “Estudios Sobre el Amor”. Pues creemos que la pareja no es un momento, y es el deseo el que se basa en éste. Para que la pareja perdure, se necesita amor, no deseo. Por ejemplo, no se ama un alimento, se desea, pues después que se obtiene ese deseo se satisface, ya no necesitamos de él; la tarea está cumplida, lo obtuvimos. En el amor como dice el pensador español, existe un “eterno insatisfecho”. El amor, la pareja en definitiva, es movimiento, acción, es quebrar con la pasividad del querer ser centro, como en el deseo; nos la jugamos cuando amamos, abandonamos la pasividad; buscamos y encontramos, se desencuentra, mas aún se sigue buscando. Son los lazos momentáneos, los de una noche, los de un simple "ponceo" , los que se basan en el deseo.
Es un intento de construcción, donde sus partes ponen lo suyo para generar una relación perfecta. Es una obra de arte, donde se conjugan cada una de las particularidades de los amantes. Pueden llegar a ser particularidades muy divergentes. Un pintura en la cual pueden convivir dos estilos muy diferentes; complicado, pero que bello sería sí se logra. Un cuadro formado entre realismo y surrealismo. Lograr aquello es la más notable esencia del amar: aceptar las particularidades del otro, aunque muy diferentes sean de las nuestras. Pues normalmente las parejas se crean cuando percibimos en el otro elementos en los cuales nos sentimos identificados, o su particularidades no son tan distante a las nuestra. Así se piensa que se construye una pareja más fácil.
Pues colores de parejas, pueden haber muchos.
Bajé rápidamente las escalas del metro, corrí hacia el torniquete para los escolares; veo al guardia y con mucho gusto le dije: “hola”, y él un poco más retardado, pues miraba la foto de mi pase, para ver si de verdad me pertenecía, me dijo: “hola”.
Crucé cuando el semáforo tenía esa seudo figura ser humana verde que indica “avanzar”; veo mi celular para consultar la hora y me di cuenta que iba un tanto atrasado y apuré la marcha; cruzo el portón de la universidad y ahí había un guardia, me pausé, lo miré y le dije: “hola”; él, con un movimiento de cabeza y con una sonrisa en su rostro me contestó: “buenos días joven”.
Llegué al departamento y saludé a todos mis compañeros con unos múltiples “holas” y con unos ricos besos en la cara y unos enérgicos abrazos, todo bien.
Toqué la puerta y la abrió mi madre, a la cual le di un beso en la mejilla y le adjunté un “hola”; ella me lo respondió con un fuerte abrazo.
Y continúo la rutina de siempre, hasta que encuentro algo que la cambia, esas cosas que hacen reflexionar. Era un saludo, el cual me hizo evocar muy buenos recuerdos, pero al rato me hizo pensar las tantas veces que la he, como se dice ahora, “vendido”. Así es ¿cuántas veces tuve seguro algo y por mis actitudes terminé mandando todo a la mierda?
Y fui recordando una a una las situaciones, y las conclusiones en toda era la misma: mi culpa, mis actitudes, mis indiferencias, mis desencantos por huevadas ínfimas, mi incomunicabilidad, que como muy bien dice Sartre, se convierte en la fuente de la violencia, la cual se materializa en mandar los lazos, las relaciones (por muy poco desarrolladas que estén algunas, la gran mayoría), a la mierda.
Al rato, después de madurar aquel pasado que se recuerda, se me vinieron a la mente todas las personas que saludé en el día, y a las de ayer y antes de ayer, a las personas que saludaré mañana y pasado mañana (si es que mi existencia aún es tal), y pensé que si ellos conocieran un poco estas conclusiones, podían decir en conjunto, tanto chofer, guardia del metro, amigos, guardia de la universidad, familiares, etc. en fin, mis circunstancias, que saludaron a la persona más conchadesumadre que existe en el planeta ¡tengo una capacidad para volver negro lo más hermoso que no la tiene nadie! Eso es ser, lisa y llanamente, un conchadesumadre.
Y si leyó esto, puede decir tranquilamente, que leyó al más conchadesumadre que puede llegar a existir.
Y el niño volvió a la playa en la que jugó algún día. Quería divertirse nuevamente, tal como lo hizo en su última visita, pero ya no tenía su pala y su balde; ambos se le extraviaron aquella vez, pero él no se acordaba. Pues no tenía nada que hacer, sólo sentarse y mirar el mar y sus olas, y ver como cada segundo el sol caía en el horizonte. De pronto corrió un fuerte viento que pilló de sorpresa al niño, el cual sintió, nuevamente, mucho frío. Se tapó la cabeza con sus pequeñas manos, mas el frío se metía entre sus delgados dedos. El viento dejó de soplar y de a poco el frío se fue. A lo lejos, se dio cuenta que el viento sopló la arena que ahora dejaba ver la pala y balde, y recordó que con ellos construía castillos de arenas en tiempos anteriores. Corrió hacia ellos, con mucho nerviosismo removió la arena que aun permanecía sobre sus nostálgicos juguetes. Tomó su pala y su balde y volvió a jugar, construyendo una vez más, castillitos, esta vez no de arena, sino de recuerdos.
Y Él le preguntó a su cómplice:
Él: Para ti ¿qué es un beso?
Cómplice: ¿Juntar los labios de dos personas, y quizás más?
É: Jajajaja; si eso ya lo sé. Pero esta es una pregunta más profunda. Perdón, la culpa es mía, pues está mal hecha la pregunta...
C: Por ahí va la cosa…
É: Bueno, entonces, para ti, ¿qué significado tiene el besar?
C: Besar, para mí, es uno de los actos con más carga emocional del ser humano, así como por ejemplo el reír o el llorar.
É: Que interesante. No reímos por todo, como tampoco lloramos por todo, sino por algo que despierta las emociones y sentimientos necesarios que nos permitan reír o llorar. ¿Podemos besar en cualquier momento y a cualquier persona?
C: Pues claro que podemos. Pero especifiquemos, dado que la relatividad de nosotros, los seres humanos, es demasiado evidente.
É: Entonces especifiquemos.
C: Pedro puede besar a Juan ¡Mejor no, no seamos tan posmodernos! Pedro puede besar a Anita cuando quiera, incluso después de haberla conocido hace un segundo.
É: Claro que puede, te entiendo. Pero volvamos, pues te pregunto por tu razón de besar.
C: Sí, pero déjame seguir con la analogía.
É: Bueno, dale.
C: Como te decía, para mi un beso es una expresión, una liberación de sentimientos, emociones que se concentran en una persona, a la persona que se besa. ¿Puede haber sentimientos y emociones profundas, serias, en un beso de dos personas que se vienen conociendo recién?
É: No creo, me parece imposible. Pues cuando se concentran sentimientos en alguna persona, es consecuencia de un proceso de mutuo conocimiento personal, el cual no existe en dos personas que recién se ven, que por primera vez se ven.
C. Pero entonces ¿no se puede generar ese conocimiento mutuo, esa complicidad necesaria para concentrar emociones en la otra persona, con una simple conversación de una noche?
É: Sin lugar a dudas que es posible. El punto está en la postura psicológica. Besar por besar, por el momento. Besar a una persona que recién es conocida, por pura diversión, no por liberar sentimientos que en él están concentrados, pues éstos no existen. Incluso, por calentura.
C: ¡Ese es el punto! Entonces imagina que es ese el contexto de Pedro y Juan ¡aaaaaaah! Verdad que no seremos posmodernos; de Pedro y Ana. Para mí, ese es un beso sin significado, sin emociones, sin sentimientos más que la necesidad simplista de pasar un rato entretenido. Eso, para mi, sencillamente no es un besar.
É: ¡Para ambos no es un besar! Besar es lo que hacemos nosotros. Ese traspaso de energía, donde ambos, como dice Cortázar, “nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento”; donde ambos sentimos ese tan hermoso sentimiento recíproco, pues ambos liberamos los sentimientos que concentramos en el otro, sentimientos que son verdaderos, pues tú y yo así lo sentimos.
C: Así es. Para nosotros, es la materialización del amor. Es el actuar un guión donde el único parlamento existente es un te quiero, que no se dice, sino más bien se besa, se interpreta.
É: Exacto, es concretizar el sentimiento recíproco. ¿Y las consecuencias de un beso superficial, como el de Juan y Ana?
C: ¿Consecuencias?
É: Sí, consecuencias. Creo que es un tema que diferencia nuestra concepción de un beso con la de ellos dos.
C: ¿En qué sentido?
É: ¿Te acuerdas la primera vez que nos besamos?
C: Por supuesto.
É: ¿Qué te pasó después? Describe las consecuencias.
C: ¡Te entiendo! Claro, me fui a casa; todo había cambiado para mí. En mis pensamientos había una persona, las emociones y sentimientos concentrados al liberarse aumentaron, se multiplicaron por montones. ¿Y tú?
É: Felicidad. La palabra que resume la consecuencia de nuestro besar. Y al igual que en ti, tú ocupabas la mayoría de mis pensamientos. Me fui a la casa hecho un estúpido, pues no me daba cuenta lo que pasaba a mi alrededor, sólo tenía en mente ese momento. Y así se concretizó todo, pues nuestra postura no era por el momento, sabíamos que esto iba a seguir mañana, pues seguía cuando cada uno se iba para la casa.
C: Jejejeje, así es. Pero veamos la diferencia entonces.
É: ¿Hay consecuencias en un besar superficial?
C: Sinceramente creo que no, pues esas consecuencias emocionales son producto de la carga y significado sentimental que tiene un beso, y como ambos pensamos, un besar por besar, por pasar el momento, no tiene carga sentimental, por tanto qué puede llegar a producir.
É: Absolutamente de acuerdo.
Y con miradas profundas y un beso terminó el diálogo.
Los ojos me pesaban. Abrí la cama y me eché después de apagar la luz y prender la televisión. Tomé mi vaso de bebida, y lo dejé en el suelo, a un lado de mi cama, a la altura de la cabecera. Mi cuerpo estaba ladeado hacia donde estaba el televisor, al cual no le prestaba atención. Entre tantos pensamientos, giré hacia el otro lado, donde está la pared junto a mi cama, y noté que en la ventana que se encuentra arriba, siempre pegada en la pared y sirviendo como entrada del exterior a mi pequeño cuarto, se podía ver la luna.
La ventana no es grande, sólo deja ver una diminuta porción del oscuro cielo de la noche, pero en un instante, cuando comienza la madrugada, el pequeño astro se asoma por tan minúsculo umbral.
Es hermoso. Estar tirado en la cama, con la cabeza apoyada en la almohada mirando a la hermosa Luna que se deja ver por mi ventana. Pegado me quedé observándola, su tenue luz me llegaba al rostro. Ya no me pesaban los ojos, pues éstos tomaron energía de aquellos suaves rayos de luz. Asimismo, éstos sólo querían presenciar el hermoso espectáculo, que parecía hecho para nosotros.
Y lo gozamos. Pero con el pasar del tiempo
Los ojos me pesaban, y me eché en la cama mirando al techo. De pronto, y de reojo, observé algo brillante hacia mi izquierda. Ahí estaba, la misma Luna que visitó mi cama la noche anterior, lo hacía nuevamente.
Y lo volvimos a gozar, yo y mis ojos aquel momento, pero sin querer saber que de nuevo se trataba de un momento.
En una de sus esquinas había un payaso pintado de melancolía. Era él quien generaba el extraño sonido, o más bien era su extraño instrumento. Al verlo, me di cuenta que aquel sonido sólo podía ser producido por tal rara combinación. Me pregunté cómo se podría llamar algo así, y no le pregunté a nadie, yo lo bauticé; por nombre, le di el “violín posmoderno”, pues el melancólico payaso creaba tan llamativo sonido con un serrucho y un arco de violín.
El payaso de la melancolía estaba sentado, su sombrero tirado en el suelo; no abandonado, al contrario, tenía una enorme función, pues servía de recipiente para las generosas migajas que la gente le daba al triste payaso por su música. Ésta, el payaso le originaba poniendo el serrucho entre sus piernas, obviamente el mango, pues si dejaba en sus entrepiernas la ancha hoja, le podía ser perjudicial para sus íntimas partes. Así, con la mano izquierda tomaba el extremo de la sierra, la cual presionaba un poco al suelo, para formar una curva. Tomando el arco de violín con su mano derecha, y agitando la lata con su mano izquierda y moviendo sus piernas al ritmo de la música, le propinaba suaves golpes con las fibras de pelo de caballo. Pues así, nacía tan extraño sonido.
Yo lo miraba todo sentado arriba, al costado del inicio de la escalera (o el final, depende del cómo y del dónde se la mire). Aún más extraño que el “violín posmoderno”, era su sonido. Era cómo el de un pájaro que canta en la mañana. No, mentira, nunca he escuchado a un pájaro cantar de esa forma. Más bien era como un sonido de invierno frío y tormentoso, de fuertes vientos que chocan con los techos de las casas, revolucionando sus latas. Tampoco, ese sonido es demasiado tosco, éste más bien era suave.
¡Ya sé! ¡Era un sonido fantasmagórico! ¿Nunca lo han escuchado? Perdón, yo tampoco, pues nunca he visto un fantasma y creo que tampoco existen. Me refiero a ese sonido estereotipado de Hoollywood. ¿Nunca han asustado a alguien? ¡Buuuuuuuuuuuuuuuuu! ¿No les parece familiar? Pero con la “b” no tan marcada, y las “ues” no tan parejas, sino cambiando a cada instante su intensidad. Algo así como “¡bUuUuUuuUUUuuUuuU!”.
Escuché y observé aquel fantasmagórico sonido durante, creo, más de una hora y media, con el sol pegándome en la cara al comienzo, para luego esconderse detrás de las montañas de cemento con ventanas. Me di cuenta que a toda la gente le llamó la atención el sonido que generaba el “violín posmoderno” del melancólico payaso. Muchos también le daban migajas materializadas en unas monedas. Cuando la mirada de alguna persona chocaba con la melancólica mirada del melancólico payaso, éste le sonreía y hacía un par de movimientos cambiando el ritmo del sonido. Así se ganaba su simpatía y le daban más migajas que para él eran un verdadero tesoro.
En un momento pasó un niño de la mano de su querida madre; el niño nunca le quitó la mirada mientras avanzaba al melancólico payaso, y éste se dio cuenta; de golpe paró de tocar, retiró su mano izquierda del extremo de la sierra, y se la llevó al bolsillo de la camisa, a ese que típicamente está justo dónde se ubica el corazón, y apretó dos veces; un muñeco tenía en aquel bolsillo, el cual al ser apretado chillaba; pues así chilló dos veces, y al escucharlo el niño sonrió, y el melancólico payaso también, aunque el pequeño no le entregó moneda alguna. Pero eso no importó, el payaso igual sonrió.
Una vez me contaste el miedo que sentías de dar aquel paso. Pues es así como muchas veces no hacemos cosas que con todas nuestras fuerzas queremos realizar, dado que reiteradamente esas fuerzas son insuficientes de vencer a nuestros temores. El ejemplo que me diste, fue el más típico quizás de los casos para explicar esta reflexión, el decir: “sabes, me gustas”. Es así como a veces las ganas de pronunciar, a la vista, unas simple palabras pero que en la práctica, y por lo temores, se hace tan difícil que salgan de nuestras bocas, se vuelven nulas por el miedo a una no reciprocidad.
Hay que tener en cuenta, amigo mio, que las razones para no pronunciar un “te quiero” pueden ser muchas, sólo nos limitamos, en nuestro diálogo en base a tú experiencia, a las razones de “fuerza” mayor, a las que no controlamos, a las que de alguna manera están encerradas por nuestros temores hacia el rechazo. Hago esta aclaración, pues como dije, creo que existen diversas razones para no querer ir más allá, en las que nuestros pensamientos limitan el actuar; quizás una situación bastante común, es el orgullo: por simple orgullo no dejamos que tal hermosa oración, con el verbo más precioso que el ser humano pueda practicar, salga de nuestro corazón; sí, aunque no lo creas, hay gente que se limita a no decirlo por puro orgullo. En fin, el tiempo les demostrará lo equivocado que estaban, y con este proceso vendrá el arrepentimiento, que ya existe, pero también lo reprimen. Como se dice, nunca es tarde para nada.
Volviendo al tema, muy pocos consejos te puedo dar, pues para evitar que el miedo a mis temores me gane, me limito a que me gusten personas que después de un proceso de percibir actitudes suyas, me doy cuenta y me aseguro que yo les gusto. Es así como siempre que doy los pasos los doy seguro, sabiendo que inevitablemente la respuesta será recíproca. Puedes pensar entonces, que cuando quiero a alguien, es porque esa persona también me quiere.
Lo siento, consejos de mi experiencia para afrontar tus miedos no te podré dar. Pero veamos, quizás en mi limitada existencia pueda encontrar alguno que otro momento…
Ten en cuanta, y no quiero que esto se agregue a tus temores, que siempre –pues poseemos una notable inmadurez– cuando queremos realizar un cambio en algún lazo determinado, será la respuesta que recibamos la principal directriz del cómo seguirá dicho lazo. Sabemos que cuando decimos un “te quiero” por primera vez a una persona, en modo de declaración, y su respuesta es negativa para nosotros, un cambio en la relación habrá, pues negativa, dado que no te verá como antes, sino con la influencia de dicha declaración; no obstante, si la respuesta es positiva, todos sabemos donde está el futuro del lazo.
Tienes que estar seguro lo que quieres con el o con ella, y en base a eso actuar. No actúes como amigo si es que quieres ser su pareja, pues el “shock” después de que das el paso, para ella o para él puede ser muy grande. No quiere decir que te irá mal, sólo que será un tanto más difícil. Si quieres algo más, “jotea” de entrada, volviendo dinámica su intensidad. Partiendo por generar confianza, pasando a una complicidad.
Trata de vencer ese miedo a tus temores de un rechazo, da el paso. Si la respuesta es negativa, sigue adelante, mujeres o hombres hay muchas(os). Sé que será penoso que la relación cambie, y se torne un tanto viciada por supuestos rencores. Pero en fin, que más da, nunca es tarde para la reconciliación, y el tiempo les dará otra oportunidad de ser amigos.
Hay que tener en cuenta que para un buen soliloquio necesitamos de un ingrediente esencial, en una mezcla justa para luego salir de él, pues entendemos como premisa que no queremos permanecer en el soliloquio. Primero tenemos que generar una situación en nuestra existencia en donde la compañía no existe, por tanto, estaremos en condiciones de generar nuestro esperado soliloquio, pues tendremos el ya mencionado ingrediente esencial: la soledad.
Pues en este contexto, donde no existe nadie a nuestro alrededor (o más bien eso tenemos que creer), donde al “Yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset le falta, de manera física, esas circunstancias, lograremos una conversación con nosotros, un diálogo entre el Yo y Yo. Las circunstancias existen, pero en nuestra mente, pues son esas circunstancias el tema a tratar en nuestro soliloquio.
Así entonces, partamos por elegir un tema, cualquiera que nos cueste afrontar, que nos llame la atención, que complique de alguna u otra manera nuestro caminar; cualquiera, da lo mismo, sólo tiene que ser un tema. Una vez éste elegido, tenemos que desarrollar las interrogantes necesarias para el diálogo de nuestro soliloquio; desde el Yo le preguntamos al Yo, y así sucesivamente. Así la discusión viaja en un recorrido constante y recíproco desde el Yo hasta
Para aprovechar este proceso, un tanto autista, hay que ser crítico. Tenemos que criticar constantemente las respuestas que manda el Yo hacia el Yo. Hay que criticar los paradigmas que del soliloquio se generan; tenemos que criticar tanto las preguntas que elaboramos-recibimos, como también las respuestas que elaboramos-recibimos. Sólo así estaremos seguros de hacer lo correcto después de escapar de la solitaria conversación, y tratar de llevar a la práctica nuestras conclusiones de la temática tratada. Seré majadero, pues me interesa un buen resultado del soliloquio: critique constantemente sus paradigmas, los cuales muchos son resultado de estas meditaciones… como este triste soliloquio.
Aún cuando camino y veo una flor, la corto, y hago una pregunta por cada pétalo que con delicadeza separo de ésta ¿me quiere y se reprime? O ¿me odia con soberana naturalidad? No responde, pues le pregunto en silencio y sus pétalos parecen ilimitados.
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